Importa poco no saber orientarse en la ciudad, dice el filósofo y ensayista del siglo XX Walter Benjamin. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje. Perderse una rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, ido, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja. Según la concepción de Benjamin, perderse es estar plenamente presente, y estar plenamente presente es ser capaz de sumergirse en la incertidumbre y el misterio. Y no es acabar perdido, sino perderse, lo cual implica que se trata de una elección consciente, una rendición elegida, un estado psíquico al que se accede a través de la geografía.
Aquello cuya naturaleza desconocemos por completo suele ser lo que necesitamos encontrar, y encontrarlo es cuestión de perderse.
Hay todo un arte en el prestarle atención al tiempo, a la ruta que sigues, a los hitos del camino, a como si te giras para mirar atrás puedes ver las diferencias entre el camino de vuelta y el de ida, a la información que te proporcionan el sol, la luna y las estrellas para orientarse, a la dirección en la que fluye el agua, a las mil cosas que convierten la naturaleza salvaje en un texto que pueden leer quienes conocen su lenguaje. También hay otro arte, el de encontrarse a gusto en lo desconocido sin que esto cause pánico o sufrimiento, el arte de encontrarse a gusto estando perdido. Recuerdo siempre los consejos de mi tío, experto en actividades al aire libre que siempre insistía en que hasta las excursión más mínima, hay que llevar la ropa para la lluvia, agua y otras provisiones, que se debe ir preparando para pasar fuera el tiempo que haga falta, pues los planes se tuercen y la única cosa segura acerca del clima es que cambia. Mis habilidades no son nada especiales, pero parece que nunca llegó más que a coquetear con perderme, por calles, senderos, rutas y a veces a campo traviesa, acariciando ese borde de lo desconocido que ayuda a agudizar los sentidos. Me encanta salirme del camino, trascender lo que conozco y encontrar el camino de vuelta recorriendo unos cuantos kilómetros más, por un sendero diferente, con una brújula que se riñe con un mapa, con las indicaciones contradictorias y poco rigurosas de desconocidos.
Nunca en mi vida me he perdido en el bosque, aunque una vez estuve confundido por tres días.
La pregunta, entonces, es cómo perderse. No perderte nunca es no vivir, no saber cómo perderte acaba contigo, y en algún lugar de la tierra incógnita que hay en el medio se extiende una vida de descubrimientos. Solo cuando estamos totalmente perdidos, y solo hace falta hacer girar a un hombre sobre sí mismo con los ojos cerrados para que se halle desorientado en este mundo, tomamos conciencia de la inmensidad y de la extrañeza de la naturaleza.
Fragmento del libro "Una guía sobre el arte de perderse" de Rebecca Solnit
Fragmento del libro "Una guía sobre el arte de perderse" de Rebecca Solnit







